- Su talento afloró en la música, más tarde en la arquitectura. El Museo Judío de Berlín, su primer gran proyecto, lo catapultó a la fama.
Daniel Libeskind construye para el futuro y también para el recuerdo, con diseños que no dejan indiferente. La fama como arquitecto le llegó tarde. Daniel Libeskind tenía ya 50 años cuando su diseño del Museo Judío de Berlín lo catapultó a la fama internacional. Pero a partir de ese momento, comenzaron a llover los encargos de gran calado. De su mesa de dibujo han salido proyectos como el Museo Militar de Manchester o el memorial «Ground Zero» de Nueva York, obra en la que plasmó parte de sus ideas y que se alza en el espacio que ocupaban las Torres Gemelas, el lugar donde casi 3000 personas perdieron la vida en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Cuando Libeskind ganó el concurso para la reconstrucción de la zona que rodeaba al World Trade Center, se mudó a Nueva York y abrió un estudio en la Gran Manzana.
Desgranar el pasado sigue siendo la gran motivación de Libeskind. A la hora de materializar sus ideas arquitectónicas suele apelar a los recuerdos, así como a una visión esperanzadora de futuro. Un concepto que simboliza perforando o ampliando los edificios históricos con elementos arquitectónicos enhiestos, geométricos y centelleantes de acero y vidrio, que semejan cristales.
El diseño zigzagueante del Museo Judío busca evocar la forma de una estrella de David fragmentada. Daniel Libeskind nació en 1946 en el seno de una familia judía en Lodz, Polonia. En 1957 emigraron a Israel y tres años más tarde a Estados Unidos.
En 1989 trasladó su residencia y sus oficinas a Berlín, para planificar el Museo Judío. Actualmente vive entre dos mundos, Berlín y Nueva York. Considera «un milagro que el mundo haya logrado interconectarse y que exista una suerte de solidaridad en el trabajo, algo que no ocurría antes. Entonces, tenías que estar presente físicamente en el lugar, o te quedabas fuera».
Daniel Libeskind empezó su carrera en el mundo de la música, donde se lo llegó a considerar «un virtuoso del acordeón». Aún hoy emprende de vez en cuando proyectos musicales. Ha escenificado varias óperas, en ciudades como Berlín o Fráncfort, y cree que existe un fuerte vínculo entre la música y la arquitectura. Para él, cada edificio tiene un sonido particular. «La arquitectura», afirma en la entrevista, «es el arte más optimista de todos, porque consigue materializar avances. Es capaz de mejorar nuestra vida más que cualquier otra disciplina, de tornarla más práctica, más hermosa».