- Nos perdemos por las inmensas salas del gigantesco edificio administrativo
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Bucarest es una de las grandes olvidadas de los circuitos turísticos que recorren las capitales europeas. También lo es Rumanía como país -del que puede decirse que, junto a Bulgaria e Islandia, son los últimos destinos de grandes viajes que nos quedan en Europa-, pero en el caso de su capital es especialmente extraño.
Es cierto que Bucarest no tiene la monumentalidad o sofisticación de sus hermanas del Este como Praga, Budapest o incluso Bratislava, pero no por nada se conoció a la ciudad a comienzos del siglo pasado como “la París del Este”. En el periodo de entreguerras, el centro histórico vivió una auténtica transformación, y donde había oscuros callejones y edificios medievales aparecieron avenidas y bulevares estilo Haussmann e imponentes edificios de corte neoclásico.
Pero la piqueta volvió a transformar la cara de la ciudad muy poco tiempo después. Los bombardeos que sufrió en la II Guerra Mundial dejó a la ciudad asolada, y las autoridades de la dictadura comunista de Nicolae Ceausescu echaron abajo multitud de construcciones históricas y llenaron la ciudad de infinidad de edificios de corte socialista, más o menos funcionales y de mayor o menor calidad, pero que cambiaron, otra vez, el perfil urbano de Bucarest.
El edificio administrativo más grande del mundo
Entre la miríada de espartanos bloques de apartamentos y oficinas y grandilocuentes edificios oficiales de Bucarest, hay una construcción que, literalmente, sobresale entre todas: el palacio del Parlamento. Decir que es imponente -aunque impone, y mucho- no es hacerle justicia: estamos hablando del edificio administrativo más grande del mundo y el tercero más grande en volumen, superado tan solo por el Centro Espacial de Cabo Cañaveral en Florida y la Gran Pirámide de Keops, en Egipto.
En 1977, un terremoto asoló Bucarest (sí: la ciudad no ha tenido mucha suerte en lo que toca a la conservación de su patrimonio arquitectónico), y ese fue el momento que aprovechó Ceausescu para desarrollar su proyecto de creación de un nuevo centro político-administrativo para el país, en el que levantar la sede del gobierno y del Partido Comunista de Rumanía, y que recibiría el nombre de la Casa del Pueblo (Casa Poporului). La zona elegida por sus garantías de que las construcciones podrían resistir otro terremoto fue la colina de Urano, la misma ubicación en la que, en 1935, el rey Carlos II de Rumanía planeó levantar la cámara de representantes de Rumanía. La colina era y es el punto más alto del distrito de Dâmboviţa, a cuyos pies se extendía uno de los barrios más históricos y populosos de la ciudad, el barrio de Urano.
La construcción comenzó en 1980, y para llevarla a cabo se demolió el 5% del casco urbano de Bucarest (una superficie equivalente, según los expertos, a la de la ciudad de Venecia). El barrio de Urano dejó de existir en un abrir y cerrar de ojos: se derribaron sin contemplaciones más de 10.000 viviendas -de las que fueron expulsados más de 57.000 residentes-, doce iglesias, tres monasterios y dos sinagogas.
Cifras dignas de los faraones
La construcción del edificio duró casi diez años, y solo en una mente megalómana como la de Ceausescu podría caber tanto derroche de recursos humanos y materiales. Las cifras hubieran hecho palidecer de envidia a los propios faraones: más de 100.000 obreros -entre ellos,12.000 soldados- y 700 arquitectos trabajaron ininterrumpidamente en la construcción, con más de 20.000 operarios simultáneamente en los tres turnos en que se dividían las jornadas de 24 horas.
Los materiales empleados fueron, en exclusiva, de producción nacional, lo que, además de ser motivo de orgullo patrio en su momento -miles de los mejores artesanos del país participaron en el proceso-, permitió abaratar algo unos costes estratosféricos: hay otro récord, este no oficial, que adorna al palacio del Parlamento, y es el de ser el edificio más caro del mundo.
En 1989, con un 60% de edificio construido se planteó su demolición total, pero finalmente se decidió completar las obras
No extraña, ojeando algunas de sus cifras: un millón de metros cúbicos de mármol y otro de maderas preciosas, más de 550.000 toneladas de hormigón, 700.000 toneladas de acero, dos millones de toneladas de arena, 1.000 toneladas de basalto… Y la decoración no se queda atrás: más de 3.500 toneladas de cristal, 2.800 candelabros -algunos de ellos, con hasta 7.000 bombillas-, 220.000 metros cuadrados de alfombras y otros 3.500 de cuero son algunas de las más impactantes, y de las que el mayor ejemplo, por vistoso, es la espectacular araña de cristal de la sala de los Derechos Humanos (sala Drepturilor Omului), que pesa nada menos que 2,5 toneladas.
En 1989, cuando se produjo la revolución popular que depondría al dictador, apenas se había finalizado el 60% de la construcción. En aquellos momentos se planteó incluso la demolición total del edificio, pero finalmente se decidió completar su construcción: era mucho más barato terminarlo que derribarlo. Y así, entre 1992 y 1996 se completaron las obras, de las que emergería el actual palacio del Parlamento, con sus 1.100 salones, 12 plantas sobre la rasante del suelo, un vestíbulo de más de 120 metros de largo y un vestíbulo de 350 pies de largo y ocho niveles subterráneos, entre los que se esconde un enorme búnker nuclear.
Hoy, el palacio alberga, además del Parlamento de Rumanía, el Centro Internacional de Conferencias de Bucarest y el Museo de Arte Moderno. Se puede acceder sin problema -solo mostrando una identificación válida como un DNI- y recorrer parte del edificio en una visita guiada que nos lleva por una pequeña sección de deslumbrantes salas, enormes salones y dependencias utilizadas por el Senado (cuando no está en sesión), profusamente decoradas con candelabros de cristal, mosaicos, paneles de roble, mármol, pan de oro, vidrieras y alfombras. Una visita que, seguro, te dejará impresionado.
El palacio alberga, además del Parlamento, el Centro Internacional de Conferencias de Bucarest y el Museo de Arte Moderno
Fuente: https://www.lavanguardia.com/