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A la par de La Habana más célebre y mediática, más fulgurante o decadente, hay otra ciudad cotidiana, más alejada de los extremos y los lentes, que tiene también su propia belleza.
La Habana es una ciudad fotogénica. No hay dudas de eso. Desde sus más hermosos y emblemáticos lugares hasta los más añejos y derruidos son protagonistas frecuentes de postales y revistas, de exposiciones artísticas y publicaciones en las redes sociales.
Muchas veces, incluso, son los edificios, la arquitectura, el centro de esas imágenes, más que la propia gente que los habita, que les da vida.
La capital cubana, indiscutiblemente, resulta un singular muestrario de estilos y valores arquitectónicos. La historia de la ciudad, del país, puede ser contada, comprendida, a partir de las edificaciones que la componen.
Desde la colonia, con sus monumentales castillos y palacetes, hasta la más práctica y precaria contemporaneidad, las construcciones habaneras han dejado testimonio de su tiempo y su razón. Y en muchas de ellas se han cebado las cámaras, empeñadas en retratar lo inamovible, lo paradigmático, lo pétreo, y también, por qué no, su espíritu, su atmósfera vital.
Así circulan por todo el mundo las fotos del Morro y el Malecón, del Capitolio y el Prado, de la Plaza de la Revolución y el Hotel Nacional, y también de sus iglesias y parques más conocidos, de sus principales avenidas y paseos turísticos, de sus solares populosos y bullangueros, de sus “Paladares” visitados por reyes y presidentes.
Pero, a la par de esa Habana más célebre y mediática, más fulgurante o decadente, hay otra ciudad cotidiana, más alejada de los extremos y los lentes, que tiene también su propia belleza. Una belleza en la que no suelen reparar sus habitantes, que puede pasar incluso desapercibida para los viajeros que buscan solo lo más afamado.
Sus edificaciones pueden no ser las más distinguidas, las más nombradas como emblemas de la urbe. Pero tienen, ciertamente, valores suficientes para destacarlas, para henchir de orgullo a los habaneros, aunque muchos, de seguro, no lo sepan.
Sin embargo, a pesar de todo, perseveran. Se muestran ufanas a quien quiera descubrirlas, retratarlas, quererlas. Mantenidas, muchas veces, por quienes las habitan, o, en otros casos, por instituciones estatales, se mantienen erguidas contra viento y marea, a pesar de la desidia de algunos y el paso inclemente de los años. Y así esperan seguir.
Ellas, a no dudarlo, son también La Habana.
Fuente: www.oncubanews.com/