Las 7 polémicas más sonadas de la arquitectura

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Héroes o villanos. La arquitectura moderna no está exenta de polémica, como tampoco lo están sus artífices. Admirados, venerados o criticados de forma salvaje, hasta los arquitectos más famosos se han tenido que enfrentar en algún momento al escándalo en torno a alguna de sus creaciones. Repasamos algunas de ellas en clave de humor mientras tratamos de entender qué pudo salir mal.

Fue en los albores de los años ochenta cuando Tom Wolfe, uno de los maestros del nuevo periodismo, decidió tomarla con la arquitectura en su magnífico librito ¿Quién teme al Bauhaus feroz?. En él, se despachaba a gusto con todos los arquitectos mancomunados en el movimiento moderno, y criticaba con desdén a los arquitectos que se refugiaron en Estados Unidos tras el auge del nazismo. El grupo, liderado por Walter Gropius y Mies van der Rohe, recibió el apodo de «Babilonia del capitalismo», y fueron tachados de mercenarios al aplicar, sin compasión alguna, sus doctrinas estéticas financiados por la élite económica americana.

Los arquitectos de la Bauhaus no han sido los únicos en padecer la ira de la prensa, la crítica o, incluso, en sufrir improperios por parte de sus compañeros de profesión. «Churrigueresco» fue el insulto acuñado por el academicista neoclásico Villanueva para describir los edificios diseñados por Pedro de Ribera y otros de la cuerda tardo barroca. Pero para disgusto, el que le dio Adolf Loos al mismísimo emperador Francisco José cuando le plantó su Looshaus enfrente del Hofburg. El Habsburgo la rebautizó como «la horrible casa sin cejas» (ausencia de ornamento en ventanas, pero presencia de delito, según los gustos imperiales) y, para no tener que verla, condenó para siempre la entrada del palacio que daba a la Michaelerplatz.

Poco importa si se trata de reyes, emperadores o dictadores. Para el arquitecto, en el fondo, todos son clientes. Y ya saben, bajo ninguna circunstancia un cliente le va a decir a un arquitecto qué o cómo debe hacer su trabajo. La genialidad tiene un precio, y hasta los grandes de la arquitectura han protagonizado algunas de las polémicas más sonadas de la arquitectura.

1. La Torre Eiffel, «la deshonra de París»

Hoy es un símbolo de lo francés, de lo chic, y quizás, el monumento más famoso del mundo. Pero cuando se construyó en 1889, la Torre Eiffel hizo enfadar, y mucho a… bueno, básicamente cabreó a todo el mundo. Definida como una «farola realmente trágica», el monumento, cuya construcción estaba subvencionada, no fue del agrado de nadie. El arquitecto y comisario Bertrand Lemoine recopiló en un libro sobre la Torre Eiffel todas las ofensas vertidas sobre ella, en especial aquellas que se publicaron en el manifiesto «Protesta de los artistas contra la torre de Monsieur Eiffel», publicado en Le Temps. Los firmantes, nada menos que la élite intelectual y cultural de la época: Guy de Maupassant, Alexandre Dumas hijo, William Bouguereau y Charles Garnier, el arquitecto de la Ópera de París.

La idea principal del manifiesto era dejar claro que estaban «en contra de la erección en pleno corazón de nuestra capital, de la inútil y monstruosa Torre Eiffel» por considerarla «vertiginosamente ridícula, semejante a una enorme chimenea de fábrica». A Paul Verlaine no le hizo falta firmarlo para dedicarle unas bellas palabras: «atalaya de esqueletos». Pero, sin duda, el premio al mejor insulto se lo lleva Joris-Karl Huysmans por «alambrera infundibuliforme» y «supositorio acribillado de agujeros». (Foto: Polina Chistyakova / Pixabay)

2. El Pompidou de París: la «Notre-Dame de las Tuberías»

Decía Jean Baudrillard en «L’effect Beaubourg» que el arte del siglo XX quería cambiar el mundo, pero que los museos de arte contemporáneo eran «otra cosa». Así, fue capaz de prever el odio que generaría uno de esos museos, el Pompidou de París, tanto por el continente como por el contenido. También lo vio venir el propio Pompidou al ver los primeros dibujos, cuando exclamó: «Hará que la gente grite». Los por aquel entonces jóvenes y sobradamente preparados Renzo PianoGianfranco Franchini Richard Rogers fueron los arquitectos que acabarían protagonizando una de las más amargas polémicas en la arquitectura del s. XX.

El Pompidou Centre, que ocupó el lugar donde estaba el querido mercado de Les Halles, en su día fue considerado como «un asalto visual» por Le Figaro, que añadió que «París ya tiene su propio monstruo como el del lago Ness». Hoy es el tercer edificio más visitado de París. (Foto: Tony Evans/Timelapse Library Ltd./Getty Images)

3. El Ruedo de Oíza o la «cárcel» de la M-30

La ubicación ya era problemática. Un solar junto a la M-30, una de las vías con mayor tráfico de Madrid. Luego estaba el pliego de condiciones, que solo el proyecto de Saénz Oiza consiguió cumplir. adjudicándose el proyecto de El Ruedo, una serie de viviendas concebidas como una «muralla» con forma de espiral que ya desde el inicio se comparó con una cárcel. El resultado: 346 viviendas, 346 quejas de sus propietarios. Como si de un capítulo de «Callejeros» se tratara, el propio Oíza, ante las críticas, acudió a la inauguración y se enfrentó a las interminables quejas de los nuevos ocupantes. Que si no cabían las camas en las habitaciones que estaban en curva, que si las cocinas eran pequeñas y no se podía cocinar… Oíza capeó el temporal metro en mano, y zanjó la cuestión cuando le dijo a un vecino «lo mejor es que dejes la casa y te hagas arquitecto». Simplemente magistral. (Foto: De Asqueladd, CC BY-SA 3.0)

4. Mies y el Seagram, el edificio casi perfecto

Si hay un arquitecto que ha sabido sobrevivir a la polémica ese es Ludwig Mies van der Rohe. Su estilo se caracteriza por la austeridad, la elegancia, y todo lo que hoy llamamos minimalismo. Cuando proyectó el Seagram Building como la vivienda «antiburguesa» definitiva, quizá se le pasó por alto que, después de todo, habría gente viviendo allí. Así que se puso estupendo y les advirtió: las cortinas están prohibidas, no vayan a romper la estética ortogonal del edificio.

Tampoco se permitía utilizar las ventanas como reposalibros ni escritorio, ni colocar macetas. Quien se saltaba la norma y despertaba la furia del arquitecto, se encontraba con que alguien llamaba a su puerta, y antes de poder reaccionar, los enviados de Mies hacían desaparecer cojines y cortinas de las casas. Al final, van der Rohe tuvo que claudicar cuando los residentes tacharon al edificio de «escalfaojos», y «les dejó» colocar cortinas. Eso sí, solo se permitían 3 posiciones: subidas, bajadas, y a la mitad. Y tenían que ser blancas o beiges por decreto Mies. ¿Adivinan quién dijo aquello de que «dios está en los detalles»? (Foto: Ben Pentreatch vía ArchDaily)

5. El Rey Carlos de Inglaterra contra todos

El ya rey Carlos de Inglaterra lleva 30 años cebándose con los arquitectos. En 1984, definió la ampliación de la National Gallery de Venturi como un «carbunco monstruoso en la cara de un amigo muy querido», comparándolo con un «parque de bomberos municipal» y provocando que Robert Venturi amenazara con dejar colgado el proyecto. La controversia vino, no se lo van a crear, por la conveniencia o no de colocar una columna en una sala. Al aquelarre del entonces príncipe se sumó unos años más tarde Denise Scott Brown, esposa y socia profesional de Venturi, que la describió como «un palillo atravesando un sándwich».

Por resumir: a Carlos todo le parece mal. No solo le disgusta la apariencia de determinados edificios, sino que cuestiona la propia deriva de la disciplina (ha formulado su propio decálogo sobre arquitectura contemporánea). De todas las cosas que le molestan, sobresale con diferencia la remodelación de la City londinense. A pesar de contar con edificios de Foster + Partners (The Gherkin), de Jean Nouvel (One New Change) o de Rafael Viñoly (The Walkie Talkie), para Carlos, son simplemente «muñones gigantes de cristal». A Nouvel intentó apartarle del proyecto diciendo que un arquitecto modernista dañaría la Catedral de St. Paul obra maestra de Christopher Wren. Ni siquiera vio el proyecto. A Richard Rogers consiguió despedirle de Chelsea Barracks, después de convencer a los promotores qataríes de lo pernicioso que sería no hacerlo. Al nuevo rey no le importa quién haya ganado un premio Pritzker: pronto estará uncido por los dioses.

6. El Guggenheim de Nueva York, el edificio que «parece una lavadora»

Cuando se inauguró el museo Guggenheim en Nueva York en 1959, Frank Lloyd Wright había muerto seis meses antes, en abril, Eso no impidió que le llovieran críticas y se convirtiera en uno de los edificios más polémicos de la arquitectura moderna.

A decir verdad, no es que Frank Lloyd Wright fuera una hermanita de la caridad. Uno de los grandes misterios de la arquitectura es descubrir si algún arquitecto le caía realmente bien. Evitó coincidir con Le Corbusier en su única visita a EE. UU. diciendo «en cuanto termina una casa, escribe cuatro libros sobre ella». A Gropius le llamaba Herr Gropius.

El museo cosechó los más ingeniosos descalificativos posibles. Los críticos lo llamaron cinnamon roll por su parecido con los bollos de canela en forma de espiral. The New York Times también puso de su parte para avivar el escándalo: «el museo de la Quinta Avenida parece una lavadora», «es una magdalena invertida», «un lavabo sin asas», «un sacacorchos gigante» y un «molde de gelatina gigante». Hasta Woody Allen ha comparado a uno de los edificios más bellos de Norteamérica con un bidé.  (FOTO: Ben Pentreatch vía ArchDaily)

7. La cruz de Santiago Calatrava

Santiago Calatrava ostenta el dudoso honor de ser el arquitecto que «tiende puentes tanto a la posteridad como a la polémica» y de ser un «moderno Maquiavelo». No son pocos los proyectos que le han costado cuantiosas demandas por parte de sus clientes. Techos que se caen o gotean, puentes «rompepiernas» y acusaciones de falta de supervisión técnica han provocado el rechazo de público y crítica a sus obras.

Mientras que algunos lo consideran un visionario y lo cierto es que no deja de recibir encargos (acaba de terminar una iglesia ortodoxa griega en la Zona zero de las Torres Gemelas), sus edificios han recibido mofas como la que le dedicó The Times, que comparó The World Trade Center Transportation Hub con un «estegosaurio kitsch». Cosas del neofuturismo.

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