- La ciudad industrial nos segrega por edades y productividad, creando precariedad, soledad y perjudicando a los cuidados.
“Mi primer contacto con el enfoque intergeneracional fue a los 11 años. Por motivos de trabajo de mis padres pasamos un verano en San Francisco y me apuntaron a una escuela de verano. Y allí todos los jueves por la mañana había dos horas que íbamos a un centro de mayores a hacer una actividad con los ancianos. Y al final me hice amiga de un abuelo y de una abuela”, explica Eva Chacón, de Bonsai Arquitectos.
“Eso se hacía en EEUU en los 80, porque ya se había generado esa disfunción que tenemos en las ciudades actuales, de separar grupos de edad, y se trabaja en corregirla”, añade.
La británica Matter Architecture define los edificios o viviendas intergeneracionales (en traducción libre del redactor) como «una nueva idea basada en un viejo modelo: personas de diferentes edades, viviendo juntas y compartiendo tiempo y capacidad. Antes esto solía ocurrir en el seno de la familia extensa o comunidades locales muy unidas».
Últimamente, esta idea se ha empezado a utilizar en algunas viviendas para personas mayores. El objetivo es que dicha participación pueda ser compartida entre personas no emparentadas, que vivan vidas independientes y modernas y se beneficien mutuamente.
Parece de Perogrullo, pero hemos dejado de vivir mezclando grupos de edad y eso es perjudicial a muchos niveles. La ciudad industrial segrega y zonifica, nos separa por grupos de edad y actividad productiva, creando la llamada soledad no deseada, desatendiendo la economía de los cuidados y perjudicando sobre todos los niños y a las personas mayores.
La arquitectura intergeneracional, con diseño y planificación actuales, sería la que se dedica a recuperar esas viejas costumbre del pueblo o la ciudad rural: vivir y compartir todos juntos.
Recuperar el espacio
“El enfoque intergeneracional tiene que aplicarse siempre, como el sostenible o el eficiente, no es en que cada proyecto lo apliques de uno en uno”, explica Chacón.
Y añade: “En este caso consiste en estar pendientes de cómo los espacios que está diseñando favorecen o directamente provocan el encuentro entre personas de grupos de edad distintos, sean los que sean. Aunque que los adolescentes o los mayores acaben teniendo su espacio es algo que ocurre de forma natural, además de dárselo, hay que buscar ese lugar común”.
Los ejemplos más comunes: residencias de estudiantes que incluyen pisos tutelados para mayores, centros asistenciales de día situados junto a centros escolares… “Parece que son los lugares donde los adultos aparcan a los que no producen”, señala Chacón. Y remata: «Pero está más que demostrado que esa relación siempre es interesante y beneficiosa, ayuda al envejecimiento activo«.
Otra pata que empieza a llegar a España es la de asumir, pandemia y confinamientos mediante, la realidad del teletrabajo y la conciliación. “En lugar de poner una guardería, habría que asumir la realidad de que pueden existir espacios de trabajo en los que haya bebés», explica la arquitecta.
«Eso también es intergeneracional y economía de los cuidados y no está tan lejos de otras cosas. Se trata de asumir que hay una época de la vida en la que las personas tienen hijos y respetarlo», continúa.
Los expertos defienden los beneficios directos para la salud pública: ayuda al envejecimiento activo y da la vuelta a la relación asistencial habitual, ya que se convierta a la persona mayor, dependiente o no, en parte de una comunidad en la que los cuidados o la vigilancia son más constantes y menos forzados.
Los grados son diferentes porque puede ir desde espacios que se comparten unas horas a la vivienda común, no tan lejos de las viejas corralas castellanas que luchan por sobrevivir en los centros de algunas ciudades españolas.
‘Redes de comunicación y cuidado’
“La segregación de la ciudad industrial tiene como consecuencias la precariedad vital y económica: pobreza energética, sinhogarismo, soledad urbana. La arquitectura intergeneracional es una forma de buscarle soluciones”, apunta Eva Chacón. “Mediante la creación de redes de comunicación o cuidado mutuo”, añade.
El sistema, además, por sí mismo crea atención a la diversidad. De crearse edificios y espacios para “personas tipo” difíciles de definir, se vuelve multifuncionales, ya que la idea de comodidad de un niño, un adolescente, un adulto o un anciano es muy diferente. La accesibilidad y el confort general mejoran al atender dichas necesidades.
Entre los diseños de Bonsai se encuentra el Centro Intergeneracional de Atarfe, un municipio del área metropolitana de Granada. En este caso, el elemento clave fue la llamada puerta naranja que conecta el Centro de Adultos y la Escuela Infantil, generando una cadena de espacios interiores de manera que se facilitan los contactos entre usuarios de ambos centros, es decir, entre ancianos y niños pequeños.
Surgió precisamente cuando el encargo era sustituir el antiguo Centro de Mayores y el Ayuntamiento de la localidad se las veía y se las deseaba para encontrar una parcela céntrica que hiciese accesible la nueva escuela infantil proyectada en el pueblo y que debía ser accesible. Mezclar ambas fue la solución salomónica, que al mismo tiempo permitía un contacto entre ambos grupos de edad muy difícil en otro caso.
Obviamente, “un edificio intergeneracional de este tipo tiene que tener un programa que dé sentido a esa configuración de los espacios. Si se le cambia el uso, el diseño no funciona solo», matiza la experta.
La arquitecta insiste en que «puedes diseñar salas de usos comunes que si luego el enfoque se pierde, pues solo serán salas». Y concluye: “Es como con los sellos de sostenibilidad, si los das pero luego no revisas y ves que se mantienen las prácticas, lo pierdes, no sirven para nada”.
Fuente: https://www.elespanol.com/