- El Museo Imperial de cerámica de Jingdezhen es a la vez un homenaje material y formal a la riqueza de la ciudad (la cerámica) y una puerta abierta a una nueva monumentalidad culta, responsable, respetuosa y razonable
En el noroeste de Jiangxi, una provincia de arrozales y montañas en el valle que forma el río Gan al suroeste de China, la ciudad de Jingdezhen lleva más de 1.000 años produciendo y exportando cerámica. Por eso se la conoce como la capital mundial de la porcelana. En su centro histórico, los arquitectos del estudio Zhu Pei (fundado en 2005 por Zhu Pe) han levantado el Imperial Kiln Museum en el lugar donde se encontraba el horno imperial para ceramistas durante la dinastía Ming.
Visto desde el cielo, el edificio es, en sí mismo, una hermosa pieza de cerámica. Recuerda a un grupo de vasijas, algunas rotas, otras hundidas, tumbadas en un rincón a la espera de ser utilizadas. Esas vasijas a vista de pájaro son, en realidad, ocho bóvedas, cada una de distinto tamaño, algunas interrumpidas y otras no, y están ordenadas con el desorden de la historia: en torno a los restos del antiguo horno cerámico (Klin) y parcialmente rodeadas de patios, vegetación o una lámina de agua.
Las bóvedas —realizadas con la misma técnica que la empleada en la construcción de los hornos, utilizando las paredes curvas de ladrillo como encofrado para verter entre ellas el hormigón— son ligeras e ingeniosas, más luminosas que cavernícolas. Por eso el resultado es un edificio tan íntimo como monumental: las cubiertas de ladrillo en parte reciclado, están parcial y desigualmente hundidas (las que albergan el auditorio, la biblioteca o la cafetería).
Todas están expuestas a la intemperie y envejecerán como envejece lo vivo: desigualmente.
El reciclaje recupera el tono ocre del lugar por fuera y el de la cerámica en el interior. Los interiores buscan la luz desde los patios que forman las separaciones entre bóvedas y desde las distintas curvaturas y extensiones. Las salas están iluminadas por las aperturas laterales y también por una serie de luminarias encastradas en los ladrillos que recuerdan la salida de humo de los antiguos hornos cerámicos. Las distintas alturas, la convivencia con el agua, la sombra, la presencia de un único material y la distancia, el aire y la luz de los patios construyen un lugar paradójico, cerrado y abierto a la vez, monumental e íntimo, fresco durante el verano con forma y memoria de horno.
Fuente: elpais.com