Esta casa de recreo de los años setenta en la Vega del Tajuña de Madrid ha recuperado su esencia original gracias a la intervención de la arquitecta Carmen Bueno, experta en restauración del patrimonio. Ahora habla la semántica de siempre, pero con una sintaxis moderna.
Si buscamos en los recovecos de nuestra memoria, ¿hay algún lugar donde nos hayamos sentido más queridos que en la casa de nuestros abuelos? Revivir esos “días azules, ese sol de la infancia”, en palabras del poeta Machado, era el deseo del nieto del abuelo Damián para esta casa de campo en la Vega del Tajuña, a las afueras de Madrid. Construida en los años setenta como lugar de recreo y descanso para toda la familia, el azar quiso que se encontrara con Carmen Bueno, arquitecta especializada en recuperación y conservación del patrimonio. ¿Quién mejor que ella para llevar a cabo la reforma que la devolviera a la vida?
“Cuando te entregan una vivienda como esta, hay que dejar que te hable para saber dónde y cómo intervenir. Que te diga de dónde es, a quién ha pertenecido y qué necesita”, dice Carmen, una rara avis de la profesión, que se formó con uno de los hijos arquitectos de Saénz de Oíza. En este caso, la construcción no estaba en estado ruinoso, más bien en desuso, pero tenía humedades, era incómoda y ya nadie quería ir. Lo primero fue restaurar el revoco de cal arañado de las paredes (un gotelé arrebatado, típico de la época) y la bovedilla de ladrillo encalado del salón.
La idea era depurar y potenciar lo rústico, pero de forma más contemporánea, vistiendo la casa de blanco –como en la chimenea, que se ha enlucido para reducir el peso visual de la piedra–. La madera se trató con mimo, reparando las vigas y viguetas del techo y modernizando ese gusto tan nuestro por lo castellano, y jugando con los tonos terracota, como el de las baldosas originales del suelo. Algunas han perdido algo de pigmento allí donde les ha dado el sol; a la tierra lo que es de la tierra, pero aún no.
“Procuro no intervenir demasiado. Me inclino más por fomentar el carácter de lo que un día fue, llegar hasta donde pueda para dejar que siga siendo lo que es“, cuenta la arquitecta mientras señala otro de los rasgos de la arquitectura vernácula mediterránea, como los arcos y las paredes curvas. Ahora participa en el equipo de restauración de la antigua Quinta de María Cristina, en Vistalegre, una pequeña finca de recreo que dio nombre al barrio. Otro mensaje en el tiempo.
En el dormitorio
Taburete de roble suizo del siglo XIX, colchas y cojines, todo de Rue Vintage 74; linos, de Pepe Peñalver, y lámpara, de Zara Home.
En la cocina
Junto a la encimera con Just White de Neolith, pareja de taburetes estilo Alvar Aalto de los años setenta, de IKB 191.
Baño
Con lavabo a medida de piedra caliza blanca paloma, diseño de Bueno; grifería, de Rovira, y bañera, de Hudson Reed.
Vista del salón
Desde el comedor.
En el salón
Sofá, de Studio Bañón; butacas, herencia de familia; lámpara Ball de papel y bambú, de HK Living, y mesa de centro de metal reciclado y sobre de argilita, ambas en Rue Vintage 74, y kílim de lana envejecida, de Zigler. Se ha pintado de blanco la chimenea para reducir el peso visual de la piedra, buscando un estilo castellano moderno.
El comedor
En forma de ábside se ha modernizado con detalles como los apliques de yeso empotrados, unas sillas italianas o la lámpara México de ratán, de El Taller de las Indias.