El diseño sensorial de espacios se enfoca en cómo los lugares que diseñamos afectan nuestros sentidos, con el objetivo de crear sensaciones positivas como seguridad, relajación y conexión con la naturaleza a través de la luz, los colores y las texturas. La neuroarquitectura se ocupa de esto.
Actualmente, se ha vuelto a poner al ser humano en el centro del diseño gracias a los avances en neurociencia y al estudio del cerebro, que han demostrado cómo la luz, el color, el olor, el cuidado acústico, el gusto y el tacto pueden influir en el estado emocional de las personas.
El diseño sensorial de espacios puede crear lugares teniendo en cuenta las necesidades físicas, cognitivas y psicológicas del ser humano, lo que puede trasladarlo inconscientemente a su estado ancestral de seguridad, relax y confort.
La arquitectura y el interiorismo pueden provocar estímulos que influyen en nuestro ser y producen respuestas conscientes o inconscientes, dando lugar a reacciones corporales sensitivas, motoras, memorísticas o emocionales. Los cambios en los espacios pueden incidir en el cerebro y, por lo tanto, pueden modificar la conducta.
El diseño sensorial de espacios implica considerar cómo los hábitats construidos influyen en las personas, y para lograrlo, se deben tener en cuenta todos los sentidos: la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto.
La incorporación de la aromaterapia y el confort acústico son importantes para crear experiencias sensoriales. El diseño de entornos escolares y de trabajo también debe adecuarse a las necesidades de las personas para mejorar la calidad de vida y aumentar la productividad. La luz natural favorece el proceso de aprendizaje, las aulas con cuidado acústico mejoran las habilidades lectoras y la concentración de los alumnos, mientras que los espacios laborales con vistas al exterior facilitan la actividad cognitiva.
