Paredes para comérselas: nuevo hormigón de restos de verduras

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Reducir el desperdicio de alimentos es prioritario y con ese fin surgen propuestas sorprendentes. Investigadores japoneses han creado un cemento con desechos de vegetales. También lo hacen científicos en España. ¿Son aptos para construir casas?

La construcción es uno de los grandes motores económicos mundiales (en España lo sabemos muy bien, ya que estamos acostumbrados a que los mejores momentos de nuestra economía estén ligados a este sector), y reconociendo su enorme trascendencia, no hay que pasar por alto el enorme impacto medioambiental de producir las materias primas (una tonelada de cemento arroja casi la misma cantidad de CO₂ a la atmósfera).

Por otra parte, la ingente producción de alimentos para satisfacer las demandas de las sociedades más ricas contribuye no solo al calentamiento global (la producción de carne es una actividad altamente contaminante), también al desperdicio de alimentos, que se ha convertido en un quebradero de cabeza para las autoridades mundiales y su disminución se ha colado entre los objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 de la ONU.

Dar la vuelta a esta realidad para volver a un mundo más justo y limpio exige ingenio, y de esto han tirado investigadores del Instituto de Ciencias Industriales de la Universidad de Tokio que han unido construcción y alimentos, y el resultado ha sido un hormigón fabricado a partir de desperdicios vegetales.

Los mejores materiales

El equipo del profesor Yuya Sakai ha desarrollado un método de reciclaje que consiste en pulverizar restos de frutas y verduras y después prensarlos a altas temperaturas. El resultado: una especie de hormigón de alta resistencia a la flexión.

“Nuestro objetivo era utilizar algas y restos de comida común para construir materiales que fueran al menos tan resistentes como el hormigón”, explica Yuya Sakai. “Pero dado que estábamos usando desperdicios de alimentos comestibles, también estábamos interesados ​​en determinar si el proceso de reciclaje afectó el sabor de los materiales originales”.

Los investigadores utilizaron restos de comida pulverizados y secados al vacío, como algas, hojas de repollo y cáscaras de naranja, cebolla, calabaza y plátano.

La técnica de procesamiento consistió en mezclar el alimento en polvo con agua y condimentos, y luego presionar la mezcla en un molde a alta temperatura. Probaron la resistencia a la flexión de los materiales resultantes y controlaron su sabor, olor y apariencia. ¿Qué vieron? “Con la excepción del producto derivado de la calabaza, todos los materiales excedieron nuestro objetivo de resistencia a la flexión“, asegura Kota Machida, coautor del trabajo “También descubrimos que las hojas de col china, que producían un material tres veces más fuerte que el hormigón, podían mezclarse con el material más débil a base de calabaza para proporcionar un refuerzo eficaz”.

Los nuevos materiales conservaron su naturaleza comestible y la adición de sal o azúcar mejoró su sabor sin reducir su fuerza

Esos nuevos y robustos materiales conservaron su naturaleza comestible y la adición de sal o azúcar mejoró su sabor sin reducir su fuerza. Además, los productos duraderos resistieron la putrefacción, los hongos y los insectos, y no experimentaron cambios apreciables en la apariencia o el sabor después de la exposición al aire durante cuatro meses.

Los japoneses quedaron tan satisfechos con el resultado que decidieron presentar su trabajo en la 70ª Reunión Anual de la Sociedad de Ciencia de Materiales de Japón.

¿Realidad o ficción?

¿Esta propuesta puede convertirse en realidad o es un nuevo ingenio con los que de vez en cuando nos sorprenden los nipones? José Ygnacio Pastor, catedrático coordinador del Cluster de Materiales para el Futuro de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), es cuando menos escéptico: “El producto obtenido en sí mismo no es un cemento y decir que es tan resistente como un hormigón es una afirmación muy genérica, porque hay muchos tipos de hormigón, y seguro que no es más resistente que el hormigón armado”.

Tras estas aclaraciones, el catedrático argumenta a El Confidencial: “Hacer un ensayo de resistencia al hormigón en flexión es como coger un palillo y se intenta doblar. Esta prueba es un poco trampa, porque la mejor forma de evaluar las propiedades del hormigón es en compresión”.

 

Lo del sabor no deja de ser, a juicio de Pastor, un dato pintoresco, que presentado en un congreso garantiza “una sesión divertida y diferente”. Porque en la vida real, “¿quién chupa una pared?”, se pregunta. En el pasado se asociaba esta costumbre a una falta de calcio, pero en realidad se trata de un trastorno psicológico llamado pica, por lo que, realmente, no tiene gran interés el sabor para este fin, eso sí, “es una idea graciosa”.

Neumáticos o lodos

Si se trata de conseguir nuevos materiales para la construcción, el catedrático apunta algunos desarrollos en los que se encuentra trabajando la UPM. En colaboración con el Instituto Eduardo Torroja de Ciencias de la Construcción, del CSIC, utilizan lodos industriales o neumáticos para crear cementos más ecológicos, refractarios a altas temperaturas o para carreteras, con componentes elásticos que favorezcan el agarre de las ruedas. Pero lo que hay que tener en cuenta antes de enfrascarse en nuevos desarrollos es “saber qué aplicaciones específicas le vamos a dar, porque el mundo del hormigón es enorme y varía según cuál vaya a ser su uso; es como nuestros huesos, no todos son iguales”.

Los restos vegetales se emplean desde hace tiempo para compostaje, biocombustibles, farmacia, cosmética o fertilizantes

También hay que pensar en materiales que sean duraderos, para evitar su deterioro con los años y que se produzcan derrumbes y otros accidentes, y sobre este punto la propuesta de los investigadores de Tokio deja muchas dudas. Jose Ygnacio Pastor opina que esta propuesta no es la mejor ni para valorizar los restos vegetales ni para crear un nuevo material para la construcción. “Los restos vegetales se emplean desde hace mucho tiempo para compostaje, crear biocombustibles, crear otros subproductos de menor calidad (por ejemplo, con los residuos de las aceitunas); en el mundo de la cosmética y la farmacia, fertilizantes, etc”.

Tiene sentido

Una opinión más favorable es la de científica Amparo López Rubio, del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (IATA), del CSIC, para quien el trabajo de Yuya Sakai “tiene mucho sentido, aunque falta información sobre los aditivos que utilizan”.

“Muchos restos vegetales, como los que mencionan, son ricos en celulosa y tienen también hemicelulosas y pectina que pueden actuar de pegamento para las fibrillas de celulosa, que son las que proporcionarían rigidez al material. De hecho, el interés del uso de residuos vegetales para aplicaciones de construcción está bien reportado”, añade la investigadora.

De hecho, su grupo del IATA ha patentado un aerogel hidrofóbico basado en celulosa recubierta por un biopolímero biodegradable que mantiene su integridad en contacto con el agua. “Este material tiene múltiples aplicaciones: en la construcción, como aislante térmico y acústico; en alimentación, para colocarlo debajo de los envases de carne y pescado para que absorban el agua que sueltan los alimentos”.

Las ventajas que ofrece este desarrollo son múltiples: es barato (está hecho de celulosa, que es muy abundante y no requiere los procesos de los aerogeles fabricados con materiales inorgánicos), sencillo de producir (solo hay que recubrir la superficie) y versátil.

Entonces, ¿los japoneses han dado en la diana con su propuesta? Si hacemos caso al catedrático de nuevos materiales de la UPM, es poco probable que nos vayamos a comer las paredes de nuestra casa. Por el contrario, lanza un mensaje contundente: “Si nos organizáramos bien, tendríamos cero residuos, pero como son baratos, y tenemos muchos, no los valoramos”.

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